miércoles, 29 de diciembre de 2010

Mis batallas -Más que un brazo-

(Segunda parte)

Flecha negra es la que ha tenido la fortuna de traspasar mi cuerpo de lado a lado, comenzando por mi vientre y terminando por mi espina. Todo parece colapsar, el mundo ahora gira una y otra vez a mí alrededor, no puedo concentrar la mirada en un objeto definido: la paz se estropea, la paz se aniquila, la paz ha dejado de existir en el verde prado.

Trompetas y tambores siguen su melodía, no paran, no callan. Mis acompañantes me toman de los brazos y me levantan para estar de pie, no comprendo su motivo, lo que menos quiero es estar de pie en tan nefasta condición. Diviso con tan poca calidad, frente de nosotros y a tan lejana distancia un objeto enorme, pareciera máquina, pareciera monstruo con tentáculos de acero: no tiene extremidades, pero se desplaza lentamente en una especie de enorme disco dentado: tampoco tiene cuerpo, pero si una complexión piramidal. Sus tentáculos hieren la tierra a su paso adentrándose en ella profundamente para después salir.

Se detiene a lo lejos y permanece colosal ahí, imponente, enorme: se sostiene de sus fuertes tentáculos de acero que los ha clavado en la suave tierra a manera de raíces como en un árbol. Nosotros permanecemos quietos ante… eso… a nuestra distancia. Yo, sin más vida que la que tenía antes, razono que es nuestro enemigo.

Ahora las trompetas y tambores callan; todo permanece quieto y en silencio. Percibo que aquel ser azul me dice algo, pero no entiendo su lenguaje, me es desconocido, raro, irreal lo que me dice, pero de una u otra forma capto su sentir y sus ideas, no me pregunten cómo, sólo lo hago.

-Comienza el ataque…

Pronuncié al mismo tiempo que tomaba una bocanada de aire, permitiéndome tener un poco más de ánimo corporal.

Al grito de aquel ser azul, centenas de guerreros iguales a él, o por lo menos muy parecidos, corrían en busca de aquella monstruosidad que nos enfrentaba desde lejos. Me doy cuenta que tampoco sé de dónde salieron dichos guerreros bípedos, pero seguían las instrucciones de lo que parecía ser su líder.

Aquella masa colosal ni se inmutaba con el ataque de tan pequeño contingente de valientes guerreros; y los minutos pasaban, y las horas pasaban, mientras que la flecha venenosa cada vez hacía más efecto en mi cuerpo. Cansado y con los labios morados, sugerí:

-Caballería: un tercio de la caballería que ataque…

Ahora levantaba un grito al cielo el otro ser de blanca presencia; decenas de jinetes blancos eran partícipes de la contienda. A distancia y a cercanía arremetían con espadas y lanzas; hasta este punto sólo se escuchaba el sonido aquel peculiar cuando dos metales se encuentran: mis oídos no soportan, duele aquella batalla de fierros, de valentía, de metales, de honor; duele en mi pecho, en mis piernas, en mi cabeza, en mis brazos; duele en mi conciencia y merma mi supuesta superioridad ante aquel oscuro enemigo.

Siguen pasando los minutos, las horas; el cielo ahora ya no es claro y la Luna alumbra nuestro campo de batalla. Ellos, mis escoltas, saben que no pueden mantenerme más de pie, el enemigo permanece intacto y yo muero cada segundo que pasa, por lo que me permiten derrumbarme en el fresco césped: jadeo y mi cabeza explota, está demasiado caliente… sé que el veneno hizo más daño que el que pensé.

Escucho a lo lejos el gritar de mis guerreros, de mis aliados, de aquellos seres que no conozco pero que sé no son indiferentes a mi causa. He dejado de sentí muchas cosas, he perdido la mayoría de mis sentidos; ya no percibo la brisa del aire que refrescaba mi frente, ahora todo me quema, hasta el respirar. Levanto la vista hacia nuestro enemigo y veo –si es que así se le puede llamar a una visión borrosa- que el daño sigue siendo mínimo; el ser blanco murmura a mi oído con lenguaje ajeno a mí:

-La ayuda viene en camino.

No sé a qué ayuda se refiere, no he pedido ayuda, no he hablado con nadie, no he solicitado apoyo de ningún tipo, pero qué más da, yo no sé ni siquiera quién soy y qué hago en un campo de batalla con seres extraños y combatiendo una guerra que al parecer no era mía: así es que dicha ayuda, total, es bien recibida.

Minutos después, agonizante y mal herido en el césped, escuche grandes explosiones. Volví a levantar la mirada y pude notar que aquel colosal enemigo ardía en llamas, mientras pasaban una y otra vez por encima de él algo parecido a aves enormes quienes arremetían con efusivos bombardeos.

Soy sincero hasta este punto lector, ni los guerreros, ni la caballería, ni aquellos seres explosivos, nada, absolutamente nada aniquilaba a aquel ser de siniestros tentáculos. Mis batallas anteriores, con otros seres, con otra ayuda y con otros enemigos, han durado mucho menos que lo que ha durado este enfrentamiento. No sé con lo que me enfrento y tampoco sé si mi tropa es la indicada; no sé que estoy haciendo mal, el tiempo ha pasado estrepitosamente rápido y cada minuto que pasa mi cuerpo y mi valentía se consume más y más.

Quizá esta batalla me cueste más que un simple brazo…

Mis batallas -Todo comenzaba aquí-

(Primera parte)

Sin imaginarlo, me he convertido en una especie de servidor militar. Soy aquel que lleva la misión de defender a la “nación” por encima de todo aquello que la dañe, denigre y destruya.

No he hecho méritos militares y ni siquiera me especializo en defensa de ningún tipo, más que de los pensamientos que vienen a mí cada vez que se le ocurre a mi corazón manifestarse. Pero esto último no se acerca al objetivo esencial del escrito; para mayor entendimiento, adentrémonos en un mundo medieval, en un campo con prado verde, tan verde que parece alfombra: qué hermosura de césped, darían ganas de recostarse ahí y ver el cielo azul.

Escucho trompetas por todos lados y no veo más que al frente la nada, desierto, sólo esas pequeñas llanuras verdes y el horizonte. De pronto todo calla, enmudece el viento que soplaba, las trompetas se han dejado de sentir para dar paso a tambores; tambores que hacen palpitar mi corazón y se integran una vez más las melodiosas trompetas. No sé lo que pasa pero algo sucederá.

De mi lado derecho hay un ser extraño, más extraño que mi propia presencia: no es igual a mí ni a cualquier otro semejante a mi especie, es bípedo pero de morfología compleja, su complexión es formidable, casi un gladiador, músculos bien definidos, brazos y piernas fuertes, vestimenta un tanto futurista para mi tiempo sin dejar de notar que es azul, él y su ropaje, son azul celeste.

De mi lado izquierdo hay otro ser, monta lo que ustedes conocerían como caballo, pero sin serlo: él no es igual que el otro, éste es blanco, vestiduras blancas y complexión un poco más ligera sin dejar de ser guerrero. Hay un toque de fineza en su rostro, serenidad y entrega es lo que me transmite.

Comienzo a preguntarme qué es lo que hago aquí entre dos seres que sin agravios podría mencionar como titanes: ¿qué hago yo entre titanes?.

El suelo se cimbra tras los golpeteos de los tambores y me empieza una sensación de miedo. Todo, se supondría, estaría listo para una encarnecida batalla, sólo que no sé contra quién ni el porqué del asalto bélico, además cuento con dos seres que no sé quiénes son, sin contar que no hay más ayuda, sólo este par de escoltas.

Comienza mi desesperación por salir de aquí, pero una extraña esencia hace que me quede, que palpe con emoción la sintonía del ambiente, y esas melodías de tambores y trompetas, cada vez más fuertes sonando… todo está listo… todo está preparado… todo en el perfecto lugar… pero, ¿para qué?....

-¡Aaaagh!

De mi boca sale ese sonido de sorpresa y dolor a la vez. Se me nubla la vista; se me empapa de tibio líquido la lengua; dejo de escuchar, de oler pero no de sentir; caigo de rodillas sin saber por qué, mientras toco mi vientre y siento mis vestiduras cálidas; observo mis manos que ya no son normales y familiares, ahora las cubre un tono muy rojizo brillante, es sangre… estoy herido… todo comenzaba aquí…

martes, 14 de diciembre de 2010

¿Por qué? o ¿Para qué?

En muchas ocasiones, aquellas ráfagas de viento me traen ideas de otros lugares; lugares distantes que ni siquiera he conocido y no sé si conoceré, pero no por ser lejanas serán despreciables a mi entendimiento y mucho menos serán apartadas de mis sentimientos, pues comparto en mucho la creatividad y la filosofía con la que son creadas.

Bastantes lunas atrás, mientras me encontraba en la séptima torre del ala derecha, un soplido vino a mí y recorrió mi piel y mis pensamientos. Generalmente los saboreo, elaboro y profundizo junto a mi poco entendimiento para razonar, posteriormente los almaceno en mi pecho y los guardo como recuerdos, pero este soplido venidero quizá de un corazón superior, tiene una cierta filosofía que mis ojos vendados no habían podido ver. El tema de esta idea y filosofía quizá sea muy extenso, y quisiera extenderme tanto como mis palabras me lo permitan, sin llegar a aburrir al lector en cuestión.

Pues bien, mientras penetraba en mis poros este vientecillo tan cálido y frío a la vez, mi corazón lo adoptaba como parte de una experiencia más, aquellas que nos hacen crecer como individuos y comencé a profundizar…

Lector, ¿alguna vez en tu vida has mencionado las palabras de “¿por qué a mí?”? Sí, son aquellas palabras que referimos cuando hay cierto caos en nuestros días, en nuestras almas y en la vida cotidiana; las formulamos cuando los problemas nos invaden y no sabemos cómo remediarlos, entonces nos sentimos culpables y maldecimos a todo aquel que tenga un “dominio” sobre nosotros: no tiene que ser una persona en específica, quizá un objeto, la vida misma, el destino e incluso una divinidad, como mucha gente suele hacer. Es entonces que estos problemas o anomalías que afectan nuestras vidas, hacen mella en la manera de pensar y razonar de cada individuo y expulsamos eso que nos es más fácil de decir: “¿por qué a mí?”

No te culpo lector, al igual que tú, muchas veces en mi mundo y en mi destino creado, he mencionado incansablemente esas palabras, y justamente son evocadas gracias a la poca razonabilidad que tengo cuando el caos me invade, es así como funciona. Pero, ¿por qué nos sentimos víctimas de las situaciones que nos aquejan? Es cierto que hay ocasiones que el mal nos atormenta y nosotros no tuvimos nada que ver para que nos pasara tal o dada cosa; es cierto que cuando pasa eso nos sentimos heridos en el alma y en el corazón; es cierto que quisiéramos maldecir y aniquilar todo cuanto podamos para aliviar ese nuestro dolor y sufrimiento -me pongo a pensar en todo lo que a ti, lector, te puede pasar negativamente allá en tu mundo real y créeme, es algo que no digiero fácilmente-, pero ¿qué pasa cuando ya el mal se ha hecho y se ha establecido en nosotros sin que lo hayamos buscado? Es entonces cuando nos sentimos víctimas.     - ¡¡¡ ¿Por qué a mí? !!! -

Es muy válido el pensar en el ¿por qué a mí?, es una forma de cuestionar a aquello que nos aqueja, quizá una defensa intelectual contra nuestra pesadumbre, pero ¿y si cambiáramos la forma de ver las cosas? Qué pasaría si de alguna manera asimilamos el daño y nos preguntáramos: "¿para qué a mí?" Las cosas cambian cuando vemos desde otra arista el sentido de las situaciones, las palabras “por qué” y “para qué”, nos ayudan a comprender en mucho los tropiezos o triunfos que recolectamos día a día.

¿Para qué? Apuesto lector, que no piensas mucho en el “para qué”. Yo tampoco lo hacía, pero fue ese soplido quien se inmiscuyó en mi pensamiento y veme aquí. He reflexionado sobre mí y en todo lo que me ha pasado desde el día en que existo. Al igual que muchos seres, generalmente tenía esa idea del “¿por qué a mí?” cuando las malas cosas me afectaban, en particular hay una… y creo la usaré de ejemplo, quizá me pueda dar a entender mejor.

Yo, estimado lector, no gozo de ciertas cosas que los demás tienen. Si sabes quién soy, entonces recordarás que mis alas carecen de esencia para ser llamadas alas; no tienen tantas plumas y son frágiles al vuelo, como las rosas marchitas después de haber vivido tanto como les fue posible; carecen de vida en plenitud y la agonía que profesan suelen matarlas más conforme avanzan los soles; es por eso que no vuelo, es por ello que veo a los voladores desde el suelo, es por eso que envidio la forma de vivir allá en las alturas. Pues bien, es en esas noches de lunas tristes cuando mis lágrimas hacen acto de presencia y mi nostalgia me invade. Pienso y reflexiono el por qué no soy igual a los demás, el por qué no tengo alas como ellos, el por qué no puedo volar y vivir como normalmente se hace, el por qué… el por qué… el “¿por qué a mí?” Y entonces grito, maldigo, me desgarro por dentro, sufro y muero lentamente al desear alas iguales a las tuyas lector… no sabes cuánto deseo unas alas iguales a las tuyas…

Podríamos sufrir y llorar el resto de nuestras vidas, maldecir y no creer en nada, pero ¿de qué nos sirve? Sólo sufriríamos más dentro de ese mundo oscuro y nostálgico que hemos creado, teniendo en cuenta que esa “situación de caos” la provocó, pero que nosotros mismos la hicimos más grande.

Pues bien, ahora ya no me pregunto mucho el “¿por qué a mí?” sino el “¿para qué a mí?”, es cierto que no gozo de lo que tú tienes lector, es cierto que yo desearía unas alas iguales o mejores a las tuyas, es cierto que todo eso me corrompe y desespero en ciertas ocasiones, pero… quizá no deba de tener ciertas cosa que tú posees.

El ¿para qué estoy sin alas? es algo que la vida misma me lo responderá conforme pase el tiempo; creo que el destino nos ubica a todos en cierto tiempo y espacio, depende de nosotros aprovechar lo que tenemos para crecer como seres y ayudar a los demás: no podemos crecer y crecer y crecer indiscriminadamente y tratar de ser superiores a los demás, porque entonces caeríamos en el egocentrismo; es así que mis carencias quizá sean complementadas con tus virtudes y viceversa.

De esta manera el “¿para qué a mí?” puede ser que nos dé respuestas a nuestras preguntas, siempre y cuando sepamos razonar adecuadamente dentro de toda la oscuridad que nos pudiese asaltar.

Yo, sigo preguntándome “¿para qué a mí?”, aún no tengo respuesta, la busco día a día en mi mundo y el día que tenga conocimiento del “¿para qué a mí?” quizá sea uno de los días más entrañables que lleve en mi corazón por la eternidad.