martes, 18 de enero de 2011

...en mí.

Cierro los ojos al anochecer y estoy seguro que es un desperdicio de visión. Poco a poco el hundimiento de mi subconsciente se hace notar: ha cambiado lentamente la maravillosa monotonía que poseía antes y me está costando mucho el adaptarme a mi nueva situación.

Sé que los cambios son inevitables y muchos de ellos son para bien; los otros, los malos, los considero experiencias que nos ayudarán a fomentar la sabiduría que podamos poseer, de esta manera aplicamos conocimientos cada instante de nuestras eternidades, pero me asfixio en la soledad de un mundo opuesto a lo que soy.

Aquella otra soledad que emergía como ave en las nubes, aquella sustancial en el tiempo pasado, aquella soledad que me invadía muchas lunas atrás, me era más soportable y amigable, tanto que la podía digerir en ese entonces: planeando y siempre soñando, realizando acciones y pensando en ideas descabelladas, no había nada que perder. Ese estado era soportable.

Ahora me veo obligado a abandonar, a renunciar, a olvidar… y ya no puedo hacerlo.

Me encuentro de rodillas, con las manos y la mirada en el piso, mi respiración es agitada, exhausta, jadeante. Mi sudor es tanto que algunas gotas caen de mi rostro, de mis brazos, de mi cuerpo. Estoy muy cansado.

Sé lo que pasa, estoy pleno en conocimiento para saber lo que sucede y sucede que me encuentro en la batalla entre mi realidad y la de él. No es fácil ocultar que las proximidades de un acontecimiento importante, hacen estragos en los dos y es que no es para menos, la preparación y la dedicación es fundamental para sortear de buen modo el posible futuro catastrófico.

Sí, a veces los cambios son difíciles de sobrellevar, y más cuando la necesidad de algo o de alguien está en juego. Sí, nuestras necesidades se ven opacadas por esa dedicación y preparación que él necesita, pero como ya mencioné, ya no soportamos.

Es así, que me encuentro de rodillas y rendido ante el cansancio producido por… su conocimiento. De rodillas y rendidos nos encontramos ambos ante la deplorable situación de ya no poder respirar y es que no se necesita de aire para hacerlo, sino de esencias más sutiles no sólo para el olfato, sino para el propio corazón. Humillados y abatidos estamos ante la precaria situación de la poca capacidad que poseemos ante la gran y variable –monstruosa diría yo- sed de saber.

Sopesamos responsabilidades, planeamos estrategias, formulamos y medimos tiempos, pero ya todo es inútil. Sabemos que los méritos serán producto del mismo tiempo conjugado en la capacidad plena por aprender; aún así, hay necesidades y prioridades antes que todas las demás cosas.

Cierro los ojos al anochecer… y estoy seguro que fuera del castillo también hay lágrimas, iguales a las de él, pues lo he escuchado llorar noche tras noche y sé que sus penas son grandes. Pálido, sin ánimos, sin sentimientos, sin alma, muerto permanece ante el conocimiento y la renuncia al sueño ha pasado más de una vez por nuestras ideas. Necesito creer..

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