miércoles, 28 de septiembre de 2011

El principio del vuelo

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Ambos preparados. Ambos sabían que había un Universo por alcanzar. Él en la lejanía, tú en la torre, dispuesto a ayudar.


Era un día como los demás; el astro rey deambulaba hacia su despedida, ya se divisaba entre aquellas montañas que enmarcan el horizonte, ya su resplandor no cegaba, ya sus rayos dejaban de iluminar el valle verde, ya daba paso al despertar de las lunas y a la soledad del mundo.

El viento estaba apaciguado, como queriendo dar calma, como queriendo dar cobijo, como preparando el escenario propicio; así él, inesperado pero presente en grandes acontecimientos.

El momento llegó; a lo lejos se vislumbraba una estela brillante, salida de la misma tierra y con dirección ascendente. Era él, tu semejante, que sin apartar los ojos del firmamento, subía con gran rapidez. Con el rostro fúrico, con los puños marcados, con el cuerpo vivo, más vivo que nunca, con un alma pasional que jamás había demostrado. Encumbraba su vuelo hacia las estrellas, aquellas que le brindaban un sueño prometedor; subía con tal apuro que por momentos olvidaba el objetivo, sólo la meta le importaba: así se percibía, así se dejaba escuchar su corazón y pensamientos, así lo veía yo, así lo veías tú listo para acompañar su travesía.

Desde acá, yo junto a ti, insistiéndote en frenar tal insensatez de volar con los ojos vendados hacia un futuro no razonado, pero como siempre, el ímpetu y las ganas que emergen de tu espíritu suelen ganar batallas no llegadas.

Ya estabas listo, ya estabas cuerdo y recuerdo ver en tu rostro esa sed por conocerlo de cerca, tanto que se unirían en uno sólo. No sé a qué distancia se encontraba ya él, pero sin demora tú comenzaste el rito; desplegabas tus negras alas maltrechas y las movías con tal fuerza, que el viento mismo se hizo presente a nuestro alrededor. Yo retrocedí cegado por el cúmulo de polvo nacido de tal acontecimiento, pero te vi despegar los pies del suelo, lenta, muy lentamente ascendías: quizá unos pocos centímetros de momento, que a la postre se convirtieron en metros.

Incrédulo te veías; asombrado despertabas de un letargo emocional; sumergido ahora en esa furia que tu semejante llevaba, decidías al instante dejarnos atrás. ¿Cómo te explico lo que después aconteció? Un ruido seco y ensordecedor se percibió cuando de un segundo a otro te perfilaste al igual que él, hacia las estrellas, con tal velocidad subías hecho un rayo a su encuentro. Ahora tu cuerpo era de fuego, tu rostro de coraje y tu alma de benevolencia y felicidad. Aquellas alas muertas en inservibles por fin funcionaban, aleteos sólidos y con esmero te llevaban al punto de encuentro.

El cielo se iluminaba ya no por el Sol, sino por aquellas dos líneas de fuego que iluminaban parte del mundo. Eran ustedes quienes se proponían una meta, eran ustedes quienes lo lograrían, aunque eso les tomara un poco de tiempo. Subían tan rápido como les era posible, pero hay que reconocer que un escape como ése no se logra en un par de instantes; les tomo el tiempo indicado para ese anhelado encuentro. No puedo describir lo que ahí sucedió puesto que mi cuerpo físico no los acompañaba. Pero en cierto momento, las dos líneas se unieron en una, como un solo corazón buscando desesperadamente el latido. Así se dejaban ver más allá de las primeras nubes, más allá de las segundas nubes, más allá de la gravedad de este planeta. Se habían fusionado en uno sólo y el ascenso fue más rápido, no así el fuego que los envolvía.

Los veía alejarse tan rápido como mis ojos lo pudieran notar; de la centella que dejaban, emanaban ciertos escombros incandescentes, aquellos que caían como bolas de fuego por todos lados. Era una batalla no entre ustedes, sino por y para ustedes.

Todo parecía haber tenido éxito, se encontraban muy lejos, ni siquiera tú te pudiste imaginar que tan lejos llegaste Ícaro, pero… hasta ese momento, la pasión y la sed del triunfo gobernó, dejaron paso a la incertidumbre y la desgracia imperó.

Un estallido fue quien me dio señal de que todo había terminado y de la peor manera. La oscuridad del cielo se vio interrumpida por esa situación; eran dos bolas de fuego las que se apartaban la una de la otra y peor aún, comenzaban un regreso, comenzaban un retorno, comenzaban el descenso. Los vi alejarse envueltos en llamas, consumidos por el cansancio y la desesperación; los vi muriendo mientras caían en un intento fallido por alcanzar la meta; los vi en un momento tan lejos que me tomaría demasiadas lunas encontrarlos a cada uno.

El viento calló, mi corazón también. Juntos percibíamos un desastre poco esperado. El fracaso había llegado y ustedes eran protagonistas de la historia. Recuerdo que el acontecimiento ocurrió más deprisa que el ascenso; a él lo dejé de ver ya que su final lo encontró más allá de mi vista, se perdió en la nada, se perdió en el cielo, se perdió envuelto en llamas. Tú, sólo escuché que la tierra retumbaba y se iluminaba de un naranja deslumbrante.

Te creí muerto; te creímos muerto. Una caída y un fracaso así no tenían más opciones. Ahora me encuentro aquí contigo, contándote lo que fue el principio del vuelo.

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