martes, 14 de diciembre de 2010

¿Por qué? o ¿Para qué?

En muchas ocasiones, aquellas ráfagas de viento me traen ideas de otros lugares; lugares distantes que ni siquiera he conocido y no sé si conoceré, pero no por ser lejanas serán despreciables a mi entendimiento y mucho menos serán apartadas de mis sentimientos, pues comparto en mucho la creatividad y la filosofía con la que son creadas.

Bastantes lunas atrás, mientras me encontraba en la séptima torre del ala derecha, un soplido vino a mí y recorrió mi piel y mis pensamientos. Generalmente los saboreo, elaboro y profundizo junto a mi poco entendimiento para razonar, posteriormente los almaceno en mi pecho y los guardo como recuerdos, pero este soplido venidero quizá de un corazón superior, tiene una cierta filosofía que mis ojos vendados no habían podido ver. El tema de esta idea y filosofía quizá sea muy extenso, y quisiera extenderme tanto como mis palabras me lo permitan, sin llegar a aburrir al lector en cuestión.

Pues bien, mientras penetraba en mis poros este vientecillo tan cálido y frío a la vez, mi corazón lo adoptaba como parte de una experiencia más, aquellas que nos hacen crecer como individuos y comencé a profundizar…

Lector, ¿alguna vez en tu vida has mencionado las palabras de “¿por qué a mí?”? Sí, son aquellas palabras que referimos cuando hay cierto caos en nuestros días, en nuestras almas y en la vida cotidiana; las formulamos cuando los problemas nos invaden y no sabemos cómo remediarlos, entonces nos sentimos culpables y maldecimos a todo aquel que tenga un “dominio” sobre nosotros: no tiene que ser una persona en específica, quizá un objeto, la vida misma, el destino e incluso una divinidad, como mucha gente suele hacer. Es entonces que estos problemas o anomalías que afectan nuestras vidas, hacen mella en la manera de pensar y razonar de cada individuo y expulsamos eso que nos es más fácil de decir: “¿por qué a mí?”

No te culpo lector, al igual que tú, muchas veces en mi mundo y en mi destino creado, he mencionado incansablemente esas palabras, y justamente son evocadas gracias a la poca razonabilidad que tengo cuando el caos me invade, es así como funciona. Pero, ¿por qué nos sentimos víctimas de las situaciones que nos aquejan? Es cierto que hay ocasiones que el mal nos atormenta y nosotros no tuvimos nada que ver para que nos pasara tal o dada cosa; es cierto que cuando pasa eso nos sentimos heridos en el alma y en el corazón; es cierto que quisiéramos maldecir y aniquilar todo cuanto podamos para aliviar ese nuestro dolor y sufrimiento -me pongo a pensar en todo lo que a ti, lector, te puede pasar negativamente allá en tu mundo real y créeme, es algo que no digiero fácilmente-, pero ¿qué pasa cuando ya el mal se ha hecho y se ha establecido en nosotros sin que lo hayamos buscado? Es entonces cuando nos sentimos víctimas.     - ¡¡¡ ¿Por qué a mí? !!! -

Es muy válido el pensar en el ¿por qué a mí?, es una forma de cuestionar a aquello que nos aqueja, quizá una defensa intelectual contra nuestra pesadumbre, pero ¿y si cambiáramos la forma de ver las cosas? Qué pasaría si de alguna manera asimilamos el daño y nos preguntáramos: "¿para qué a mí?" Las cosas cambian cuando vemos desde otra arista el sentido de las situaciones, las palabras “por qué” y “para qué”, nos ayudan a comprender en mucho los tropiezos o triunfos que recolectamos día a día.

¿Para qué? Apuesto lector, que no piensas mucho en el “para qué”. Yo tampoco lo hacía, pero fue ese soplido quien se inmiscuyó en mi pensamiento y veme aquí. He reflexionado sobre mí y en todo lo que me ha pasado desde el día en que existo. Al igual que muchos seres, generalmente tenía esa idea del “¿por qué a mí?” cuando las malas cosas me afectaban, en particular hay una… y creo la usaré de ejemplo, quizá me pueda dar a entender mejor.

Yo, estimado lector, no gozo de ciertas cosas que los demás tienen. Si sabes quién soy, entonces recordarás que mis alas carecen de esencia para ser llamadas alas; no tienen tantas plumas y son frágiles al vuelo, como las rosas marchitas después de haber vivido tanto como les fue posible; carecen de vida en plenitud y la agonía que profesan suelen matarlas más conforme avanzan los soles; es por eso que no vuelo, es por ello que veo a los voladores desde el suelo, es por eso que envidio la forma de vivir allá en las alturas. Pues bien, es en esas noches de lunas tristes cuando mis lágrimas hacen acto de presencia y mi nostalgia me invade. Pienso y reflexiono el por qué no soy igual a los demás, el por qué no tengo alas como ellos, el por qué no puedo volar y vivir como normalmente se hace, el por qué… el por qué… el “¿por qué a mí?” Y entonces grito, maldigo, me desgarro por dentro, sufro y muero lentamente al desear alas iguales a las tuyas lector… no sabes cuánto deseo unas alas iguales a las tuyas…

Podríamos sufrir y llorar el resto de nuestras vidas, maldecir y no creer en nada, pero ¿de qué nos sirve? Sólo sufriríamos más dentro de ese mundo oscuro y nostálgico que hemos creado, teniendo en cuenta que esa “situación de caos” la provocó, pero que nosotros mismos la hicimos más grande.

Pues bien, ahora ya no me pregunto mucho el “¿por qué a mí?” sino el “¿para qué a mí?”, es cierto que no gozo de lo que tú tienes lector, es cierto que yo desearía unas alas iguales o mejores a las tuyas, es cierto que todo eso me corrompe y desespero en ciertas ocasiones, pero… quizá no deba de tener ciertas cosa que tú posees.

El ¿para qué estoy sin alas? es algo que la vida misma me lo responderá conforme pase el tiempo; creo que el destino nos ubica a todos en cierto tiempo y espacio, depende de nosotros aprovechar lo que tenemos para crecer como seres y ayudar a los demás: no podemos crecer y crecer y crecer indiscriminadamente y tratar de ser superiores a los demás, porque entonces caeríamos en el egocentrismo; es así que mis carencias quizá sean complementadas con tus virtudes y viceversa.

De esta manera el “¿para qué a mí?” puede ser que nos dé respuestas a nuestras preguntas, siempre y cuando sepamos razonar adecuadamente dentro de toda la oscuridad que nos pudiese asaltar.

Yo, sigo preguntándome “¿para qué a mí?”, aún no tengo respuesta, la busco día a día en mi mundo y el día que tenga conocimiento del “¿para qué a mí?” quizá sea uno de los días más entrañables que lleve en mi corazón por la eternidad.

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