Si pudiera entender mi
realidad, no estaría escribiendo esto. Es tan complejo y tan problemático el
sentido que le doy a mi propio entendimiento, que una vez más me veo en la
penosa necesidad de escribir en un trozo de papel, introducirlo en una botella de
vidrio y arrojarla a la inmensidad de la arena: estoy en medio del desierto.
Las nubes se vuelven fluorescentes
al ocaso, se llenan de tonalidades que van desde los rosas, hasta los naranjas;
así quisiera que fuera mi mente y mis pensamientos, que en algún momento de mi
día, se iluminaran de colores y así poder saber mi presente, más que mi futuro.
La clave parece ser tan
sencilla, que me niego a creerla así, y es que tengo una hipótesis muy fuerte,
pero que mi alma no concibe: el ser lo que soy sin querer aparentar y mucho
menos ser algo y alguien que no existe. Quizá mis palabras parezcan tan
atropelladas y sin sentido, pero si supieras lector la vorágine que tengo por
dentro, entonces comprenderías cada una de ellas.
Me encuentro en medio del
desierto, sin saber qué dirección tomar; lo único que veo son dunas, una tras
otra, como si fueran hermanas, creadas de la misma materia. Aquí, arrojo mis
lágrimas y mis pensamientos al cielo, buscando una respuesta que me dé
entendimiento y me brinde la señal necesaria que debo tomar; aquí con todas las
fuerzas que me quedan hablo con mi entorno, aquel que parece no escucharme;
aquí es donde comienza mi camino, ese que no sé; es aquí donde acudo al socorro
más que a la benevolencia, para encontrar lo que alguna vez tuve y que hoy
considero perdido.
¿Cómo saber que soy? ¿cómo
saber para qué fui creado? ¿cómo argumentar a esta soledad que sólo es un espejismo,
y que en verdad hay algo detrás de mi? Necesito fuertemente una señal, y el
primer paso para conseguirla, es saber que no llegará de la nada.
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