viernes, 9 de julio de 2010

El grito de mi corazón

Ya no me basta mirar al cielo para verte en pensamientos, es demasiada mi dependencia a ti que comienzo a pensar que me vuelvo loco con cada segundo que pasa en esta vida y es que eres tan fuerte como una droga, droga que consume mi inspiración y me hace caer en lo más profundo de la necesidad. Es inimaginable lo que puedes hacer con tan sólo existir, no necesito otra cosa más que tu presencia para sobrevivir en este mi mundo.

¿Qué has hecho de mi, vida hermosa? Deambulo en las noches por los pasillos de mi palacio que se cubre de tinieblas y oscuridad cuando el Sol está muerto, pero no me hace falta la luz para pasearme por ellos, pues mi corazón irradia ese destello intenso que tienen las almas que aman, y por lo tanto, puedo ver más allá de las turbias nubes que rodean mi cuerpo y mi ser. ¿Qué me has hecho amada mía para que yo sea esclavo tuyo por la eternidad?

Tiempo atrás, pensé que sería un triste y desconsolado moribundo en el tiempo y espacio, pues estaba condenado a la soledad que no me era indiferente. Me encontraba inmerso en mis propios pensamientos y era rehén de la manipulación de mis acompañantes, simplemente era un muerto que respiraba y veía pasar la vida frente a sí; no era para menos tal tragedia, ciertas circunstancias que no valen la pena recordar, hicieron de mí todo aquello que mata la vida misma en un segundo, era, sin más ni más, un muerto que pensaba en un futuro lleno de melancolía y palabras sin sentido. Nunca hubiese pensado que alguien tan especial sería capaz de revivirme.

Primero te contemplaba de lejos, muy lejos, allá en donde los valles son hermosamente verdes y en dónde el cielo es pacífico. Poco a poco volaste cerca de mi hogar, mi castillo, e hiciste maniobras que exaltaban mi corazón: ¿cómo no enamorarme de ti? Si cada suspiro que emanaba ahora tenían sentido. Me atrapaste en ese juego de cortesía en el que yo era el plebeyo y tú la perteneciente a la nobleza, a partir de ese entonces cambiaría mi desdichado destino inmundo en el que existía.

Me tomaría demasiadas lunas contar toda nuestra travesía en este vaivén de amor, pero puedo resumir con el corazón pleno y lleno de felicidad, que has sido lo más grandioso que pudo haberse atravesado en este enrarecido camino mío que tengo por vida.

Nadie en el pasado, pudo quererme de la manera como tú lo haces; nadie me aceptó de la forma en que tú lo haces; nadie pudo decirme palabras sagradas de la forma en que tú las dices; nadie… nadie… no conocí nunca a nadie que se tomara el atrevimiento a mirarme a los ojos firmemente.

El castillo lo sabe, las sombras dentro de él lo saben, el viento lo sabe, la luna y las estrellas lo saben: iré eternamente a donde tú me digas, pues nunca escuché de ninguna ninfa palabras tan serias y con gran valor que el estar a su lado, sería una opción más que certera. Así pues, eterno amor mío, sabedora de que mi corazón está pleno, haz de mi lo que correcto creas; por mi parte, seguiré cada indicación que tú me mandes, absolutamente todo lo haré por ti, a acepción de una cosa: dejar de amarte.

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