sábado, 12 de junio de 2010

La última batalla: -28 lunas-

Segunda parte

Ahora todo es silencio; el Sol me quema la cara y un pequeño soplo de viento refresca las heridas que recorren todo mi cuerpo.

Me encuentro recostado boca arriba sobre la arena, no necesito levantarme para saber que en efecto, la sangre me rodea a varios metros alrededor de mí: como si yo fuera una isla, y la sangre el océano.

Sabía que así sucedería, la derrota la tenía garantizada antes de la primera embestida por aquel ser de metro y medio con cuernos y con dos hachas en sus manos, le siguieron sus nueve compañeros de fila, diez a uno. Resistía los embates que me proporcionaban, garantice también pequeños trastornos en aquellos cuerpos negros de pieles duras, si bien es cierto que mis armas poco podían hacer, también lo es que la fuerza proporcionada por mi espíritu era de gran ayuda para hacer un poco más de daño.

Así resistí la primera fila, cayeron cinco y cinco aún de pie; se le unió la segunda fila, quince a uno. Resistía mientras mi corazón decía –“¡fuerte, fuerte y con valor!”-. Cayeron cinco más mientras que la tercera fila se integraba: veinte a uno.

Comenzaba a cansarme, ellos eran tantos y yo con tan pocas fuerzas que pensaba en una tragedia antes de lo que yo esperaba; cinco más en el suelo, la cuarta fila no podía contenerse más: veinticinco a uno.

Mi desesperación aumentaba, lo único que razonaba era con no caer antes de tiempo, con seguir firme ante aquellos que me rodeaban y que hacían daño en mí ser. Las heridas ya eran múltiples, y la sangre comenzaba a correr; cinco menos, la quinta fila se unió: treinta a uno.

Después de esto perdí la noción del tiempo y el espacio, sólo veía sangre a mí alrededor, aquellos seres fuertes y de oscuras pieles me rodeaban mientras me hacían daño con sus miradas, su furia y sus armas. Dejé de saber lo que sucedía y sólo con intuición arremetía a todo aquel que se pusiera frente de mí; una estocada en mis costillas, otra en la espalda, una más en mi estómago: sabía que hacían más daño que en un principio. Con dificultad y entre un mundo oscuro, vi aquella duna enorme en donde se posó el enemigo tiempo atrás: estaba desierta.

Las heridas producidas por ellos eran incuantificables, mi piel ya no tenía aquel color característico, ahora era completamente roja, estaba bañado en mi propia sangre, mientras que ellos seguían hiriéndome, no se rendirían hasta verme en el suelo, maltrecho, cansado, agotado, sin valentía, sin entusiasmo, sin nada… muerto.

Así me encontré, muerto mirando al cielo. El brillo de mis ojos desapareció y no podía contenerlo, dentro de mi comenzaron a salir sollozos de dolor, de frustración, de miseria: sabía una cosa, el dolor, la frustración y la miseria, no eran comparados con el dolor de la derrota, creo que eso era lo que me dolía más.

Gritos y llanto eran lanzados al firmamento por mí: ella me había escuchado, y no sólo eso, allá, desde las nubes, me dirigió una mirada y una plegaria para que mi angustia cesara de la mejor manera. Cando eres amado por una musa, las heridas físicas y mentales sanan con un poco de mayor rapidez.

No sé lo que pasará después lector, mis batallas son día a día, y he comenzado a cansarme de hacerlo; necesitaba cierto descanso para poder continuar con ellas, pero temo que eso esperará, pues la guerra continúa, y posiblemente dentro de veintiocho lunas más me vea de nuevo en medio del desierto, frente a una enorme duna en donde posarán mis adversarios, y eso sí: con un palo y una piedra como armas.

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