domingo, 21 de marzo de 2010

Un camino nuevo (primera parte)


¡Qué pesar!... Hace mucho que no escribía una bitácora, es de comprenderse, no había motivos para hacerlo. Pero suceden ciertas cosas en este mundo tan… sucio, que uno termina por comprender ciertas situaciones y que dichas situaciones muchas veces no están en manos de nosotros, suceden porque así deben de pasar: no tenemos control sobre ellas.


Un desplome que nunca vi venir, sucedió cuando la aurora apenas comenzaba; contemplaba las estrellas junto con… cuando todo cayó, las estrellas comenzaron a apagarse lentamente, el viento como sin fuerza soplaba, o trataba de hacerlo, mis ojos con lágrimas no entendían lo que pasaba: nunca lo vi venir.

Quieto, tan quieto como un árbol sin vida, así permanecía en el balcón tratando de dar respuestas a esa catástrofe que nadie provocó, pero que emergió de algún lado: era tan oscura la noche.

Quedé abatido, atónito, estupefacto, pasmado y extrañado al sentir esas fuerzas tan lejanas que se dejaron ver, que no tuve tiempo de reaccionar; comenzaba a pensar y a dar vueltas por el castillo tratando de encontrar algo que me diera señal e indicios del posible mal; ¡no! no encontré nada en el basto castillo azul, ni el maldito sótano tenía respuesta: el veneno había sido infringido en mis poros… y me consume lentamente.

Traté de descansar entre sombras, aunque descansar es una palabra agotadora para mi y estas moribundas alas; pero amaneció, y la feliz rutina que tengo para estos días es reconfortante cuando en la noche anterior todo cae. Así es que me puse en marcha, equipado de un ánimo bajo pero un entusiasmo sobresaliente, me dirigí a verlos, a contemplarlos, a sentirlos: los voladores estaban una vez más frente a mí.

Para qué decir de lo maravillado que me encontraba, para qué decir de lo feliz que estaba, para qué decir de lo perfectos que son aún cuando tienen errores, para qué decir que me encontraba entre ellos solamente flotando mientras realizaban acrobacias aéreas; para qué lector si los sentimientos son los que hablan y narran por mí: empezaba a ser un día exitoso, aunque seguía muerto por dentro.

He de confesar, no tenía ganas ni motivos por los cuales regresar al castillo azul, he descubierto que mientras más pase en el exterior, más mejorarán las alas, así lo pienso. Pero da igual, deambulé entre valles y bosques, siempre volando bajo y teniendo en mente que medir su agotamiento será factor para que yo llegue al castillo sano y salvo; así es que me entretuve lo más que pude en tu mundo, lector. ¡Quien lo iba a decir! Tu mundo, me volvió a hacer pensar…

Recostado en la hierba, contemplaba la quietud que imperaba en esos momentos, las nubes pasaban tan lentamente, que me hipnotizaban, cuando se escucharon voces en el aire: ¡voladores! eran voladores. ¡Qué maravilla¡ -pensé- contemplaría otro rato a aquellos seres que poseen cierta destreza en los aires, aunque era extraño, estaban lejos, muy lejos de donde estaban los otros. Volaban bajo, sin tanto brillo, pero con cierta furia y garra que los jóvenes suelen tener: sí, olvidé mencionar, eran jóvenes voladores, rebasaban quizá lo que ustedes suelen llamar “la mayoría de edad”.

Un poco de piruetas por aquí, otras por allá y siempre con sonrisas y risas que el viento mismo los acompañaba, hasta que sucedió; uno me miró a lo lejos, fijamente, una entonación salió de su boca, no escuché, se acercó más y volvió a emitir sonido: -¡Oye! ¿Quieres venir? Estamos incompletos.-

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