miércoles, 1 de julio de 2009

Abismo

Bien me lo dijo él: “Ten cuidado Ícaro, sabes como es eso a lo que los mortales llaman amor”. Ahora que no está momentáneamente, seguramente me estuviera flagelando con esa frase una y otra vez. No importa, para eso he aprendido en el tiempo pasado de “eso”, pero parece ser que ha sido en vano. He vuelto a caer en las redes que adormecen, que te hacen soñar, ilusionar, que te levantan hasta lo más alto; pero también empiezo a caer, como cae una hoja madura del árbol.

“Ten cuidado…”, me lo dijo desde el principio, lo escuche, pero no pensé que fuera a ignorar lo que me advirtió. Y es que más que ignorar, es cometer un error no forzado, es algo que se lleva dentro de cada ser, de cada individuo, de tus instintos, de lo que piensas y sientes, de lo que sueñas y anhelas, un error a fin de cuentas mío.

Confío en el amor, y más aún, confío en su cariño, pero no confío en los que quieren ese cariño. Son como depredadores, buscan a la única presa más cercana, y no es que esté comparando, simplemente hago una analogía de lo que viene a mi mente; pero así son las cosas, y ni ese ser ni yo tenemos la culpa de que sea tan codiciada, seguida, buscada, ¡no! no es culpa de nadie, así es, nada se puede hacer al respecto.

Por eso me consume lentamente el fuego perpetuo del amor, ese fuego que algunos dicen que es bueno y otros dicen que es consumible para quien lo posee. Estoy siendo atacado por mi propia paranoia, pensé que no la tuviera así de penetrante, ahora siento y veo que es mala, detestable, algo con lo que no quiero vivir eternamente, este fuego que me consume es eso, consumible hasta la más pequeña célula que habita en mi cuerpo.

Así las cosas en mi entorno, empecé a volar y con ello vinieron muchas cosas favorables, una de ellas el destino me la puso delante, y le agradezco que así haya sido, pero necesito controlar mis impulsos, sino, tarde o temprano volveré a sentirme como antes; loco, desquiciado, paranoico han sido las características de este fuego perpetuo.

Ya no, trataré de amortiguar la caída lo más que pueda, aunque eso conlleve el enfrentamiento con mis enemigos. Sí, aquellos que codician a mi ser amado; no importa ya, confío en ese ser, y aunque las consecuencias sean negativas para mi, estaré satisfecho de aceptar las decisiones y pensamientos que la musa tenga. Siempre ha sido así: enfrento las situaciones, las ideas se disparan, las consecuencias negativas y positivas afloran, para finalmente aceptar decisiones, sean o no sean buenas para mí.

Me encuentro recostado en el piso de mi castillo azul, solo veo el techo y su inmensa obscuridad; no pasará nada me repito una y otra vez, y así lo visualizaré, nunca paso, ni pasa, ni pasará nada, es el destino de este humilde volador.

Respiraré hondo, cerraré los ojos, subiré a la terraza más alta de este castillo y exhalaré mi odio hacia las estrellas, ellas me han visto llorar infinidad de ocasiones, no les importará que lo haga una vez más.

Extiendo mis brazos hacia los lados y abro mis alas para que se despabilen; miro fijamente al horizonte y veo el ocaso, hermoso, sublime, tan lindo como siempre. Vuelvo a ver mi futuro tan claro. Me acerco a la orilla de la terraza de tal manera que sólo el abismo está bajo mis pies, ahora razono; tranquilo, inmerso en el horizonte y comienzo a pensar y reflexionar: “sereno, sin prisas Ícaro, nada es para siempre”. Sonrío y una lágrima corre por mi mejilla: “está bien, aguantare mis celos una vez más”.

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