miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ser


¿Quién soy, desnudo, ante ella? No soy más que cuerpo hecho de piel, esqueleto y unas alas reconstruidas por sueños enormes. Un simple mortal a sus deseos, alguien que desconocía en esencia pero que en imaginación estaba completo: hecho de pasión, de ideas, de imaginación.

¿Quién soy, desnudo, ante ella? Soy el esclavo de sus pensamientos; alado convertido en hombre que no busca más que el placer de su musa. Soy eterno servidor de sus emociones llevadas hasta la cúspide de la integración en sus ideologías.

¿Quién soy, desnudo, ante ella? Insignificante personaje dentro de sus culpas; no hago más que buscar una posible felicidad dentro de todo el enmarañado entorno en el que volamos. Incansable mozo de sus inquietudes: diseñador de un paisaje diferente, elocuente, enloquecido y turbio por los pensamientos.

¿Quién soy, desnudo, completamente desnudo ante ella?

Ahora somos dos… dos seres desnudos uno junto al otro recostados en la quietud del universo, rodeados de un ambiente pasional. No hay barreras más que las descritas por el aire y ese sofoco que nos incita a seguir.

Siempre delicada, es como tocar seda fina, muy fina. Suave cuando roso mis dedos contra su piel, comienzo en la silueta de su cintura; despacio, tercamente despacio mientras miro sus ojos tan llenos de vida. La inquietud de mi espíritu me trae la idea de seguir por un camino de emociones; recorriendo siempre tenue su piel, subo mis caricias buscando algo más. Aprieto con lentitud y sin causar dolor… las emociones que llevan mis manos inscritas en sus propias palmas, hacen estremecer su cuerpo, arqueando su columna: presiento que es síntoma de placer.

No puedo dejar de verla ni de sentirla, la sensatez la he guardado para peores momentos. Sus labios me invitan a saborearla, a deleitarme con su excelsitud. Ahora mi respiración es más rápida, entre cortada, y mis deseos cumplen como dueños de mis impulsos. Ella, al igual que yo, transpira por sus poros el enloquecido romance de la pasión; la percibo inquieta, desesperada, controlo sus impulsos con mis manos aún palpitantes por sentir su piel.

Mis labios comienzan su propio destino. Tocan su cuello deleitándose con su sabor. Recorren sus mejillas tratando de sentir el calor que hasta el momento ha estado guardado, mientras que mi cuerpo ahora posa sobre ella. Una de mis manos juega a encontrar placer en uno de sus muslos, acariciándolo delicadamente mientras la otra prueba fortuna cerca de su corazón: palpitante, así lo siente, así lo palpa, así se estremece cada vez que exhala la propia alma por su boca, sin olvidar que mis labios ahora son cómplices de su emoción pues hacen lo propio con los de ella.

Beso eterno y feroz que no deja escapar el más mínimo aliento; nos hemos convertido en fieras tratando de ganar una batalla que no tiene malicia. Cómo explicar que mi corazón late más rápido que en cualquier otro momento, mientras que mi boca impaciente comienza a sentir su propia piel. Dejo a un lado sus deliciosos labios para recorrer de nuevo su cuello, pero mi objetivo es emigrar hacia tantos lugares me sean posibles. Escucho latir su propio corazón, como si quisiera escapar, como si quisiera decirme algo; me acerco sigilosamente, despacio, una vez más despacio… mientras esculpo con mis labios aquellos sabores de sus senos: ahora comprendo que su latir me orillaba a encontrar aquello que imaginé.

Para este entonces he perdido la razón, la sabiduría y todo aquello que tiene que ver con un mundo terrenal, ya no soy más yo, me he despojado de mi serenidad para dar paso a un ser completamente distinto, esclavo de mi doncella.

Mis labios recorren su vientre cálido, ligeramente cálido por el sin número de exaltaciones y estremecimientos que realiza su cuerpo. Ni mis manos, ni mis labios dejan un segundo de rosar su cuerpo; estos últimos, se aventuran en el camino peligroso o placentero: paso cariñosamente por su ombligo, luego prosigo más abajo, despacio, abajo, más abajo, muy, muy despacio… un gemido se expande en el aire, no ha sido mío, sino el de su alma.

Mis incesables labios han encontrado mejores condiciones de emoción, pero ellos no pueden solos contra el mismo universo, por lo que ahora mi lengua, aquella domadora de la filosofía y de los sabores de la vida, contribuye con la excitación corporal. Como si se tratase de una pluma de ave, sencilla y cautelosamente rosa esa parte que la estremece, que la hace gritar, que la hace delirar y pronunciar una y otra vez la palabra “sigue”.

No encuentro mayor placer que ese después de un largo tiempo manipulando esa zona con mis labios y lengua; no encuentro ideas exactas para describir la perfecta emoción que se percibe al sentir ese cálido destello de gozo en cada poro de su cuerpo; no encuentro sabores en este mundo para relatar el que yo sentí.

Yo, alado convertido en hombre, desconozco ahora mi nombre y el quién en verdad soy, sólo puede inferir que me he convertido en esclavo de mi propio destino y del cual maneja un ser completamente superior a mí: mi musa.

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