sábado, 2 de julio de 2011

Carne, sangre y huesos; alma, tinta y pluma

Recostado sobre la hierba veo los días pasar, y lo único que me conforta de ellos, son las noches, cuando todo es soledad y calma. Quisiera decir que me acompaña el silencio, pero no es así. Mis compañeros no dejan de hablar todo el tiempo, y no los culpo, tienen tanto que platicarme; no me desagradan, me hacen amena la estancia en esta su casa.

Hace tiempo que emití la voz de auxilio; no presionaré al Arcano, el tiempo es su enemigo y sus pasos son premeditados. Cauteloso camina por el valle hacia mi porvenir; afortunadamente lo tengo, ¿qué haría yo sin él? Posiblemente hace tiempo me hubiera perdido en este mundo, en donde tanta información terminaría por mermar mi conciencia y acabaría con la poca cordura que tengo. Afortunadamente… viene por mí.

Ellos, mis anfitriones, calman mi dolor; tengo los huesos rotos y el alma consumida. Y es que no dejo de pensar en el ayer, en ese ayer fulminante en donde ofrecí mi ayuda sin poder acercarme a eso: ayudar. No sé cómo se encuentre él, desde ese entonces quedé apartado de su realidad; ya no participo más en su vida.

Solo estoy aquí, viendo pasar los soles y las lunas; quemando mi piel por el frío y el calor, pero ya no siento dolor, todo se borra con cerrar los ojos, escucharlos a ellos, respirar profundo y dejar que la naturaleza me envuelva como parte de ella.

Me pregunto si hago falta. No sé si yo quiera regresar. No sé si él me necesite y si yo lo necesito a él. Pero extraño mi pasado, aquel en donde todas las letras existían y en donde yo tenía el control de mi entorno y él del suyo. Sólo puedo llegar a una conclusión: yo existo porque él existe.

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Señora mía, blanca es tu luz y tu pureza,
entrego a ti este cuerpo cansado,
estas alas cansadas,
este llanto forzado.

Pido clemencia al Universo,
sabes que nunca te he fallado;
fui confiado y un error he pagado.
Pero te pido fuerzas para él y para mí,
alas nuevas y un horizonte que surcar,
él quiere ser libre y de la jaula de oro escapar.

Lejos te veo señora mía,
más allá de mi mundo estás,
te contemplo cada noche de mi agonía,
sin poder dejarte de alabar.

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Danos una señal y marca los errores que hemos tenido, sólo así aprenderemos a vencer las montañas, porque presiento que esto no ha acabado y un reto más grande se aproxima. Sánalo y sáname; él carne, sangre y huesos; yo alma, tinta y pluma. Sólo tú sabes para qué fuimos creados.

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